martes, 20 de abril de 2010

La maldición de Buda

Como un moderno Buda un ensimismado hombre gordo posaba la mirada en el infinito desvariando sobre la vida y la muerte. Era temprano. Estaba bajo un árbol sin hojas sentado en un bloque de cemento que, empequeñecido a la sombra de su ocupante, parecía crujir asustado. La mañana era tibia y nubosa. A lo lejos vio algo que concentró toda su atención. Frunció el ceño y puso su mano como visera para controlar la luz reflejada por las nubes, mientras entrecerraba sus ojos para distinguir mejor. Y en efecto, era lo que esperaba. Se levantó despacio y se dispuso a avanzar entre la gente. Cargó en su espalda una gran mochila y con dificultad comenzó a trotar, moviendo con gran esfuerzo sus 160 kilos de peso, que más los de la mochila y los de sus vicios hacían que su esfuerzo se viera sobrecogedor. El sudor comenzó a manar de inmediato de su frente como si hubiera una cañería rota bajo su pelo. El hombre se dio cuenta de que su esfuerzo sería en vano e intentó apresurar el paso. Sus carnes sueltas se coordinaron con el movimiento de sus brazos y piernas, lo que parecía darle un impulso extra, pero no era suficiente. Comenzó a agitar sus brazos y a gritar. Hey, espera, decía, esperando ser escuchado entre la multitud, pero fue inútil. Micro y la conchesumadre, dijo con el poco aire que le quedaba. Apoyó sus manos en sus rodillas y dejó caer la gran mochila dando un suspiro de desazón. Lo mejor era volver a meditar bajo el árbol sin hojas.

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