miércoles, 24 de octubre de 2012

Chocolate

Es hora del silencio.
Voy, sin quererlo,
A fracturarme una costilla.
Voy a desnudarme
En medio de la noche escondida.
Es la hora de buscar
En los gritos de la memoria
Lo que dejaron las grietas.

Chocolate.
El tiempo se derretía pesadamente
Alrededor del túnel secreto,
Lejos de mis dedos,
De un lado hacia otro
Como una trampa hipnótica
Amoldada a mis sed.
Chocolate...
Seguía el sendero aturdido,
Pero con un ojo abierto.
Fue el otro nombre,
La ingesta explosiva,
La extensa subida,
La onírica llanura blanca
Bajo el manto demoníaco.
La veía de reojo
Cuando la lluvia secaba
Mi vaivén.
La imagino absorbiendome.

Es hora del silencio.
El misterio quedó páginas atrás.
Un tornado,
Otro pequeñito,
Una fuga,
Un chocolate derretido
Entre mis dedos desenfocados.

Chocolate amargo.

Perdí aquella vez.

lunes, 3 de septiembre de 2012

La pantera negra

Fue durante el verano del 86. Mi juguete favorito era una magnífica pantera negra de plástico, la que no sé cómo terminó en el techo de un kiosco. Mis padres fueron a rescatarla para mi consuelo, pues estaba yo verdaderamente desconsolado. Era tarde. La luz amarillenta del alumbrado público no ayudaba mucho. Cuando fuimos sorprendidos por carabineros encaramándonos sobre el kiosco mis padres exclamaron: buscamos la pantera del niño. Entre la batahola les expliqué llorando que era cierto. Por fortuna la pantera apareció, sólo entonces los uniformados enfundaron sus armas y nos dejaron ir. Hoy reflexiono: hallar una pantera negra, una noche oscura, asediados por carabineros en el Chile del 86 es una proeza digna de un cuento.


lunes, 9 de abril de 2012

En trance

El hombre iba apurado. Vio la multitud y se sintió atraído por las risas. Eso necesito, pensó entusiasmado. Al acercarse a la masa una niña le pidió una moneda justo en el momento en que el humorista remataba un chiste, por lo que no lo escuchó. La carcajada fue ensordecedora. Toda la gente explotó en risas logrando silenciar al resto de la ciudad. ¿Qué dijo? le preguntó alzando un poco la voz a uno de los presentes, que al voltear mostró la cara desfigurada de risa. ¡Dios mío! exclamó asustado. No pudo evitar dar un salto hacia atrás. Todos a su alrededor tenían una mueca grotesca. Cúmulos de dientes descoloridos afloraban de sus bocas abiertas que expulsaban saliva a borbotones. Algunos volvían blancos los ojos. Otros se curvaban como si sosteniesen sus entrañas. Estaban todos en trance. Emitían una monótona risa sardónica que coordinada parecía un canto primitivo. Las palomas cercanas se espantaron, quizás porque recordaron un temor dormido de tiempos previos a su vida en la ciudad, quién sabe. Sacaron todos sincronizadamente una moneda y esperaron el paso del sombrero. Él, asustado, se sumó a la masa y buscó una moneda también. Buscó entre la multitud a la niña y se la dio. ¡De la que me salvaste, pequeña!, le dijo antes de salir corriendo por la plaza de armas.

martes, 3 de enero de 2012

Nacimiento

Una vez el sol se acercó tanto,
Que me dejó un rayo entre los brazos.

Fue así:
Envolvió la tierra con su abrazo solar
Y en la noche, al borde opuesto del mundo,
Goteó su obra majestuosa.
Iluminó todo con un silencio
Que únicamente yo sentí
Entre la frialdad de los metales
Y las manos especializadas,
Entre los quejidos remotos
Y la bóveda lúgubre
Del hospital de San Bernardo.
Cayó en mis brazos.
Con un gesto orgulloso cruzó sus dedos,
Me miró fijamente y vi el universo entero
En su ojo gris.

Aquella noche mística Merlina nació,
Anunciándose en la tierra
A través de un indómito rayo cósmico,
Que atravesó la tierra
Para llegar a mis brazos
El día en que el sol estaba más cerca.