lunes, 9 de abril de 2012

En trance

El hombre iba apurado. Vio la multitud y se sintió atraído por las risas. Eso necesito, pensó entusiasmado. Al acercarse a la masa una niña le pidió una moneda justo en el momento en que el humorista remataba un chiste, por lo que no lo escuchó. La carcajada fue ensordecedora. Toda la gente explotó en risas logrando silenciar al resto de la ciudad. ¿Qué dijo? le preguntó alzando un poco la voz a uno de los presentes, que al voltear mostró la cara desfigurada de risa. ¡Dios mío! exclamó asustado. No pudo evitar dar un salto hacia atrás. Todos a su alrededor tenían una mueca grotesca. Cúmulos de dientes descoloridos afloraban de sus bocas abiertas que expulsaban saliva a borbotones. Algunos volvían blancos los ojos. Otros se curvaban como si sosteniesen sus entrañas. Estaban todos en trance. Emitían una monótona risa sardónica que coordinada parecía un canto primitivo. Las palomas cercanas se espantaron, quizás porque recordaron un temor dormido de tiempos previos a su vida en la ciudad, quién sabe. Sacaron todos sincronizadamente una moneda y esperaron el paso del sombrero. Él, asustado, se sumó a la masa y buscó una moneda también. Buscó entre la multitud a la niña y se la dio. ¡De la que me salvaste, pequeña!, le dijo antes de salir corriendo por la plaza de armas.

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